martes, 20 de agosto de 2013

Museo nacional de China, Pekin

Salas y salas interminables. Miles de piezas que van desde montones de monedas antiguas, verdes por el tiempo, hasta los más recientes regalos de diplomáticos extranjeros. Un museo en el que el eje principal, antes que el pasado milenario de China, parece ser el siglo XX: con ideas de corte socialista y la gloria revolucionaria de mediados de siglo.


Desde épocas antiguas, los dragones merodean por todas las salas. Piedra, bronce, jade o cristal; el material es lo de menos. Y para acompañarlos, no faltan los intrumentos milenarios, detrás de una vitrina llena de huellas digitales de los curiosos. Esperando a que uno de ellos logre traspasar el cristal para generar unas cuantas notas.
En el centro, segura de estar al alcance de todos; la única sala que nadie se debe perder: la sala de la revolución. Llena de esculturas con personajes "comunes": una anciana, un niño o un obrero, todos siendo partícipes del cambio. Detrás se asoman hasta el grado de abrumar, cobijados por un fondo rojo, los enormes cuadros con escenas de la revolución (muchos con Mao como protagonista).
Sin embargo, vale la pena mirar atrás: hacerse hueco dentro de una de las salas, desbordadas de gente. Contemplar, aunque sólo sea por un momento, una de esas esculturas de deidades que parecen congeladas en el pasado, un tanto alejadas de la humanidad.